EDITORIAL | Menos mal que lo peor que hacen los youtubers es montar negocios y ponerse una pérgola en casa
Artículo de opinión de Joel Picón
Es difícil saber en qué momento el periodismo decidió abandonar su función pública y convertirse en un concurso de moralina barata, titulares inflamados y linchamientos selectivos. Pero aquí estamos: hay medios que ya no explican nada, solo buscan a quién “funar” esta semana. Y últimamente, los youtubers e influencers se han convertido en el blanco preferido de una prensa que va cortísima de rigor y larguísima de sensacionalismo.
El caso de Enrique Moris es el último episodio de esta deriva. ¿Que ha puesto una pérgola? Bien, peor habría sido que lo hubieran pillado haciendo algo grave… pero no. Es una infracción administrativa —una más de las que cada año cometen particulares, empresas e incluso instituciones— y, sin embargo, se trata como si hubiera cometido un delito de Estado. Se hacen reportajes infinitos, se remueve su pasado, se buscan expedientes, se expone incluso dónde vive. Pero los mismos que lo criminalizan en portada luego le llaman en privado para “pactar” hasta dónde se le atacará. Esto ya no es periodismo: es postureo de redacción.
Hace unas semanas: el propietario del medio llama a un periodista del país y le dice que mejor aflojemos, que ya hemos quedado bien, que no hace falta seguir estirando la cuerda. Y entonces aquel periodista que va de gurú de la ética… baja la cabeza. Y no solo baja la cabeza: se excusa con el mismo youtuber que ayer estaba destrozando, y le dice aquello de “sabes, es que me han dicho que quizá me he excedido”. Patético no, lo siguiente.
Y no es el único. Por otro lado, el negocio de las influencers Abril Cols y Andrea Garte —una cafetería, nada más y nada menos— ha recibido la sanción máxima del Comú. Perfecto: si toca multa, que se pague. Pero ¿qué hacen ciertos medios? Convertirla en carne de cañón, burlarse, cuestionar si “merecen” existir o emprender… Todo muy constructivo. Más que informar, parece que buscan humillar. Es grotesco y, sobre todo, profundamente patético.
El nivel está tan bajo que lo que debería ser noticia —como decisiones de país, proyectos de futuro, problemas sociales reales— queda sepultado por una especie de entretenimiento disfrazado de periodismo. Y luego algunos se extrañan de que la credibilidad esté bajo cero, mientras editores y redactores juegan a ser jueces morales o estrellas de tertulia.